dijous, 10 de juny del 2010

Lefkosía: la ciudad dividida

Nunca me había planteado la necesidad de mostrar el pasaporte en el centro de una ciudad. De hecho, nunca había pasado una frontera a pie. Ni me había encontrado a soldados armados subiendo por la calle principal de una ciudad. Ni había ido a un país no reconocido a nivel internacional ni por la ONU. Pero todo eso era antes de Lefkosía, pues hay un antes y un después de Lefkosía.

El primer día en Chipre, después del examen en la universidad, decidí ir al centro de la ciudad con dos compañeras del curso. Nos dijeron que en Chipre, sin coche estás perdido. Pensé que no era para tanto, pues a todas partes se llega en autobús y en tren. Pero me equivocaba. En la isla no existe el tren, ni el metro, ni nada parecido que circule sobre raíles. ¡En qué estaría pensando! Y los autobuses son una especie en peligro de extinción. Nos indicaron que detrás del campus universitario, situado a unos quilómetros del centro, había una parada de autobús y que sobre las cuatro de la tarde pasaría el que nos llevaría hacia el centro. Hasta aquí todo normal. Cuando llegó el autobús ni me di cuenta. Y no porque estuviera aturdida por el calor, o distraída con cualquier cosa, sino porque el "autobús" era una furgoneta blanca. El número de autobús estaba dibujado en un DIN-A4 al lado del conductor, debajo de un ventilador portátil. Nos montamos. Había pocos asientos, todos vacíos, y el conductos enseguida entabló conversación con nosotras.

Llegamos al centro -no sé cómo aún, pues dio una vuelta inmensa y se saltó todas las señales en el camino- y ante la desconcertación de no saber dónde estábamos, y las miradas constantes de los locales ante tres europeas con aspecto anti-chipriota, nos echamos a andar. Bajamos por la calle Lidras (antiguo nombre de la ciudad), una calle comercial y peatonal con cafés y restaurantes a ambos lados, relativamente transitada. Para ser una calle principal, me pareció muy corta. Y al final, allí estaba. Una caseta -cutre- de polícía griega, hablando a grito pelado entre ellos. Los edificios a su alrededor, cubiertos con una tela en la que se leían las obras de restauración de edificios para recuperar la antigua estética de Lidras. La calle se estrecha en un pasillo con una cinta de separación enmedio. Dos carriles peatonales: uno de entrada y otro de salida. Avisos de que está prohibido sacar fotografías. Turistas -pocos- que no saben muy bien qué es todo este jaleo. 

El pasillo desemboca a una pequeña placita con más puestos de policía, esta vez, turcos. O turcos de la República Turca del Norte de Chipre. Nos piden el pasaporte, si no lo llevas, no entras. No hablan griego, o eso quieren demostrar. Sólo turco e inglés. Te miran el pasaporte, te miran a ti, el pasaporte otra vez. Te preguntan cuánto tiempo tienes pensado quedarte en la parte turca. Pues no sé señor, en realidad he venido a curiosear, a darme un paseo al otro lado. Bien, pues tienes un "visado" en el que te pongo la fecha de regreso al cabo de dos o tres días (no lo recuerdo bien ahora mismo). Pero hombre, pienso para mí misma, qué chorrada, ¿no ve que no llevo equipaje? ¿Ni una triste mochila? ¡La cámara de fotos y las gafas de sol, los shorts, me delatan como turista en toda regla! Pero para ellos es un proceso importante, se lo toman muy en serio y puedes tener problemas si te encaras. Pues les seguimos el juego.

Pasamos al otro lado y parece que cambiemos de ciudad. Enseguida topamos con una especie de zoco, bastante cutre y lleno de baratijas. Hay menos mujeres en la calle y las que hay, van tapadas. En cambio, hay muchos más hombres que no parecen tener mucho trabajo, pues se dedican a analizar minuciosamente cada cuerpo femenino extranjero que pasa delante suyo. Nos alejamos un poco del zoco, pues la sensación no es muy agradable, un poco hostil, y nos dirigimos a una mezquita que nos llama la atención. No entramos porque están orando, sólo hombres. Más tarde descubriré que era una catedral cristiana que al quedarse en parte turca durante la ocupación, la convirtieron en mezquita.  El paseo es breve, hace mucho calor y no hay mucha gente por la calle. Decidimos volver a la parte griega, que aunque es extraña, nos resulta un poco más familiar. ¡Cómo mínimo ahí entendemos los rótulos en la calle! Hacemos el recorrido inverso, otra vez frontera dichosa, pasaporte, "visado" de salida, más policía que nos mira y se ríe. Entramos en una heladería de Lidras y nos tomamos un delicioso helado en el jardín interior. Aquí todo cambia en cuestión de segundos.

Tenemos que volver, pues el último autobús para volver sale a las siete. Sí sí, a las siete de la tarde y después apáñatelas como puedas. En realidad no me sorprende, pues en el autobús solamente íbamos nosotras e inmigrantes chinos y filipinos, pero no chipriotas. Al final del día pienso que ha sido una excursión peculiar, aún no soy consciente de a dónde he ido ni de qué se esconde detrás de toda esa parafernalia. Intentaré entenderlo más tarde.


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